Un paseo tranquilo y leve, de tan sólo ocho kilómetros. Poco desnivel, aunque alguna ladera subimos en busca del búnker escondido, que encontró la exploradora-avistadora Mercedes subiéndose a un meño en un montículo.
Primero un camino amarillo, cruce audaz de dos ríos y un par de cancelas de ganado. Luego un prado verde, después algunas subidas por alcores, lomas o altozanos salpicados de matorrales, que eran como puertas del campo: al separar alguna de sus ramas periféricas se podía pasar entre ellos.
Desde el búnker y mirando a Madrid, curiosamente sin la vista de las cuatro torres, esta pequeña construcción nos hizo meditar sobre la tristeza de la guerra y los pensamientos de los soldados que allí se guarecían.
Después, ya contentas por estar en el siglo veintiuno, nos fuimos alegres a tomar una caña al sierrero pueblo de Guadarrama, no sin antes pasar por la panadería a comprar torrijas y mantecados.
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Saliendo del pueblo por los caminos de amarillo |
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Cancelas, que protegen a nuestras queridas vacas |
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Cruce de ríos |
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Prao |
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Al fondo el Palacio del Señorío de Guadarrama (en realidad es una residencia de ancianos) |
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Bellas vistas de Madrid y mis amigas |
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El búnker |
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El bunker, su descubridora y Lubas en la otra ventana |
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Tranquilamente |
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